lunes, 19 de junio de 2017

En la noche, cabezas de flores y algunos cuencos para juntar el rocío


En la noche, la que una flor atraviesa para buscar rocío, acontece un tiempo singular; en esa concentración de inercia por la vida, las cosas se despliegan muy lentamente.Recuerdo esas noches que fundaron la oscuridad como lugar mágico, por ejemplo,aquella vez que intenté llegar al cauce de un arroyo y siempre corrí espantada, sin lograrlo. Otra vez que, con una amiga, intentamos atravesar el monte para chicos, pero la oscuridad nos confundió y veíamos perros donde había bolsas viejas, seres donde sólo crecían yuyos, hasta que el espanto nos hizo gritar y nos perdimos. La noche me detiene en esa inmensa mata de negritud y estrellas, si la luna aparece un ojo grande y redondo puede guiarme por esas formas densas, esa espesura que el aire modela cuando todo, finalmente, se apaga. Recuerdo cruzar en la noche, correr en ella,abalanzarme en la oscuridad, danzar en el rocío despampanante de las sierras,acurrucarme en sus entrañas. Siento el movimiento adentro mío. Sin embargo, la noche es la misma, esa silenciosa estabilidad de la perspectiva, donde las flores se deslizan en busca de rocío.Cuando era adolescente me incorporaba del atardecer esperando que la noche reflejara mis libros de poemas o las imágenes de una película antigua. Éramos varios amigos,compañeros, que vagamos entre fogones ocultos, fumábamos, espiábamos a la civilización desde la maleza helada del invierno. Tuve una amiga con la que compartía la fascinante emoción por la luna, por las cuatro letras que tararean su constelación y también, por la sombra perpleja de las flores, al reflejarse en brillantes gotas de rocíos. Aquella noche fue como las otras, extraña e infantil, llegamos a la escuela y la ausencia de muros limitaba su sencilla arquitectura con la noche infinita. Fue un pequeño ritual,ahora lo entiendo así, nos encontramos asustados, gritando, temiendo, arrojados en el sin sentido de un acto de vandalismo injustificado. Experimentando el abandono y el miedo como la más prolífica escenificación de la vida y así poder señalar, en ese extremo del vasto universo un estrecho punto, un agujero negro o un espacio de resurrección. Ahora entiendo, toda forma de la desesperación o alegría extrema,configura las zonas aledañas de un ritual, una geografía inhóspita pero necesaria para que cada flor encuentre una gota de rocío.


















No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales

Mi foto
Mariana Robles nace en Buenos Aires, 1980. Crece en Merlo, San Luis y desde 1998 vive en Córdoba. Es artista, docente y escritora. Desde 2010 hasta la actualidad publica los libros Línea de Atlas (Alción); El árbol de los reflejos (Biblioteca Córdoba); Constelación Escarlata Turquesa (Sofía Cartonera); Los niños de Renoir (Nudista); Alfabeto de la noche (Borde Perdido); Tres mujeres Planchadoras (Sofía Cartonera); Escrituras Rituales. Ensayos sobre arte y literatura (Los Ríos); Melancolía (Borde Perdido); El nacimiento de lo extraño (Cartografías); El Aburrimiento (Maravilla); Las Chispas de las Cosas (Azogue) “Diario del teatro” (de todos los mares) y “Damasco” (Dinamo). Entre sus exposiciones se destacan “Infancia y Poesía” curada por Claudia Santanera, Museo Genaro Pérez; “Infierno, corazón y cielo”, Museo Juan de Tejeda y “La escriba ágrafa” curada por Carina Cagnolo, Centro Cultural España-Córdoba. Su trabajo recibió diferentes reconocimientos y en diversas ocasiones Becas de Creación del FNA. Su obra se encuentra en colecciones públicas y privadas. Actualmente integra el área de investigación de Museo Caraffa y es docente en la Escuela de Bellas Artes Figueroa Alcorta.