Hace
tiempo una amiga me regalo un bastidor que era de su abuela; me los regalo
pensando en que podía usarlo en mi trabajo.
El
bastidor es muy antiguo, las maderas que lo conforman están muy finas y
gastadas y el gancho que, sirve para tensar la tela, muy oxidado. Además, el
bastidor tiene un trapito muy antigua que recorre su interior, protegiéndolo.
Cuando
intente usarlo advertí que su capacidad de trabajo había caducado, el tiempo
hizo estragos en su cuerpo frágil y ahora sólo podía ser registro de un hermoso
pasado. ¿Cuántas veces la bordadora dibujo con sus manos las hiladas de una
imagen? ¿Cuántas meditaciones sucumbieron haciendo de la bordadora y el
bastidor un solo ser?
Percibí, entonces, que aquella telita imperceptible
anudada, encarnada, en el bastidor contenía diminutas formas, destellos,
situaciones anudadas a la memoria del objeto.
Las horas de bordado, las visiones de la bordadora, su rastro demorado
en el gesto, que vuelve a encenderlo en la reiterada acción del bordado.